Ramón Palomares: Le dijo adiós a Escuque y se marchó en el Tren de Motatán

Ramón Palomares: 

Le dijo adiós a Escuque y se marchó en el Tren de Motatán
 

Su sentimiento traducido en poesía dio luz a un nuevo lenguaje poético: uno sencillo, sin muchas vueltas, directo como él, sin perder la hermosura ni la capacidad de generar asombro. Él fue, como pocos, reflejo exacto de lo que escribía. De hecho, cuando hablaba, parecía estar recitando un poema



ELVINS HUMBERTO GONZÁLEZ
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Si hay una verdad, honda y pura, sostenida con el corazón y las venas abiertas, es la verdad de un poeta. Nadie con él, cabal y entero, sabe ahondar en las personas y en las cosas, encontrarse su encendida y más clara sangre, extraerla delicadamente, para que corra como río, echarla andar para que viva en el país que todos soñamos. Así era la verdad, honda y pura del poeta, Ramón Palomares a quien recordamos a cuatro años de haber cambiado de paisaje.

Junto a su amorosa, Polimnia, el alma cansada de pájaro de Ramón Palomares Mora desde el 4 de marzo de 2016, en los jardines de aquel Reino de Escuque que el mismo trazó con la candidez de su palabra.

Su sentimiento traducido en poesía dio luz a un nuevo lenguaje poético: uno sencillo, sin muchas vueltas, directo como él, sin perder la hermosura ni la capacidad de generar asombro. Él fue, como pocos, reflejo exacto de lo que escribía. De hecho, cuando hablaba, parecía estar recitando un poema.

Según han apuntado sus distintos biógrafos y amigos cercanos, el hecho de nacer en una tierra tan especial como Escuque, le habría dado a Palomares la humildad a un ser que la enarboló como su gran virtud y que como hombre de principios lo hicieron un poeta excepcional, de gran humanidad. Todo eso quedó como herencia en sus obras donde, supo convertir en versos todos y cada uno de los elementos que caracterizaban su pueblo, su religión, costumbres y creencia. Parte de la vida en familia, del ámbito regional, y que a través de su lenguaje le fue dando matices de universalidad, muy directo y sin hacer uso de excesiva ornamentación. Sus escritos se fueron convirtiendo en los elementos recurrentes de temas con los que cualquiera se puede relacionar.

Evocarlo desde su infancia
Decía su paisano y colega, Antonio Pérez Carmona que cuando se evoca la infancia, la adolescencia y la juventud de Ramón Palomares, no se podía sustraer la imagen de aquel niño rebelde que huyera de su casa desafiando las tropas, que venciera alcabalas y fronteras para llevar su poesía a los marginados y a las élites de París.
Esta comparación pareciera pecar de extralimitación, pero Ramón Palomares sale de su Escuque aún siendo un muchacho rural para deslumbrar a los círculos intelectuales metropolitanos con una poesía extraña, olorosa a trinitarias, viva y silvestre.

Se dice que fue un ser predestinado desde el mismo día que llegó a la vida, el 7 de mayo de 1935, día en que la poesía, los dioses y el reino se conjugaron para proclamar la vida: la del poeta, Ramón David Sánchez Palomares. En aquel Escuque donde la neblina y las montañas se acarean mutuamente, donde el habiente pueblerino y afable de su gente exalta la figura de la diosa indígena Icaque, allí fue germinado en el singular poeta, el sentimiento por su tierra y la magia de la palabra.

La influencia poética de Palomares estuvo fijada en escritores de la talla de un Vicente Gerbasi, Juan Sánchez Peláez y Adriano González León, son los responsables e influyentes en el hallazgo hermoso de un auténtico poeta, el manifiesto interés por la creatividad de un silencioso joven que desde su fabuloso mundo interior expresaba su intelecto provinciano, reflejaba en sus ojos tristes la nostalgia por su raíces.

Ya era poeta cuando se fue
Se dice que Palomares ya era poeta cuando sale de Escuque. Al momento que parte a San Cristóbal a cursar estudios de Normal, tejió su primer poema de luz sobre las tinieblas que le abrasaban: “He visto a Dios por los mil ojos de la Claraboya”.
La muerte de su padre le golpea terriblemente, le hace insomne, abstraído. Pero ese dolor le combina a producir una de las elegías más puras de la lírica: “Esto dijeron: tu padre ha muerto, más nunca habrás de verlo. Ábrele los ojos por última vez y huélele y tócalo por última vez. Con la terrible mano tuya recórrelo y huélelo como siguiendo el rastro de su muerte y entreábrele los ojos por si pudieras mirar adonde ahora se encuentra”.
Y el dolor se abalanza nuevamente sobre su corazón al morir su querido tío, el poeta Julio Sánchez Vivas, aquel maestro de ojos mar que había regado su sangre de sensibilidad y pureza.

Esencia y dialecto
La obra más profunda de Ramón Palomares fue, “Adiós a Escuque”, con la cual logró el Premio Nacional de Literatura, 1974, siendo, según el consenso de la crítica, uno de los libros de mayor trascendencia en el país en una tónica impersonal, pero no por ello floreciente en imágenes, en testimonios y bellezas.
Adiós Escuque, es volumen donde se sumerge en el lenguaje comunitario para hacer de sus fábulas, y expresiones, un adelanto de las grandezas y miserias que nos esperaban y que fueron llegando. Aquí Palomares fundó un lenguaje, a medida que su alma fabulante se hizo uno con el cosmos, mediante esa «ciencia de lo concreto» que es el verbo de la poesía.
La doctora Patricia Guzmán, rigurosa estudiosa de la lírica palomaresa, afirma: “La obra de Ramón Palomares, quien, como ha dejado sentado la crítica, se nutre del habla de su pueblo, se hace eco del voceo que le es propio”.


En el salón de los soñadores


Su libro antológico “Vuelta a casa” compila poemas escritos entre 1992 y 2006 con el sello y el aval de la Fundación Biblioteca Ayacucho. Según cita el cronista León Magno M., sus textos son estigmas del reencuentro con el lecho natal, con los primeros recuerdos que lo hicieron poeta, hombre sensible, poderoso creador. Allí aparecen El Tren de Motatán, las enfermedades que golpearon la puerta familiar, los viejos patios y solares vecinos, su conformación como hombre de páramo.

Es así como llega la marga noche del viernes 4 de marzo del 2016, la noche que se apagaría la vida de un grande de las letras venezolanos, se marchaba de este mundo Ramón David Palomares Sánchez rodeado de sus hijos y esposa en la ciudad de Mérida, urbe que lo cobijó por más de 45 años. El escuqueño se marchaba en medio de millones de aplausos que recibió en vida, con todos los reconocimientos y premios alcanzados por su labor litería y poética reflejada en un total de 13 libros, dejado su legado poético escritos durante su vida de 80 años para ubicarse en el gran salón de los soñadores, donde solo entran los elegidos, los inolvidables.

Esta vez el Tren de Motatán llegó muy temprano y se llevó al escritor, con su Sardio y el Techo la Ballena. Se fue con su corazón maltrecho y cansado, sostiene León Magno.


"En una sociedad saciada espiritualmente en la violencia y perversión poco espacio puede acordarse para la aspiración o lo sublime"
Ramón Palomares
Discurso II Simposio Ana Enriqueta Terán, Junio 1992

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