Ramón Palomares: Le dijo adiós a Escuque y se marchó en el Tren de Motatán
Ramón Palomares:
Le dijo
adiós a Escuque y se marchó en el Tren de Motatán
Su sentimiento traducido
en poesía dio luz a un nuevo lenguaje poético: uno sencillo, sin muchas
vueltas, directo como él, sin perder la hermosura ni la capacidad de generar
asombro. Él fue, como pocos, reflejo exacto de lo que escribía. De hecho,
cuando hablaba, parecía estar recitando un poema
ELVINS HUMBERTO GONZÁLEZ
elvins2020qhotmail.com
Si hay una verdad, honda y
pura, sostenida con el corazón y las venas abiertas, es la verdad de un poeta.
Nadie con él, cabal y entero, sabe ahondar en las personas y en las cosas,
encontrarse su encendida y más clara sangre, extraerla delicadamente, para que
corra como río, echarla andar para que viva en el país que todos soñamos. Así
era la verdad, honda y pura del poeta, Ramón Palomares a quien recordamos a
cuatro años de haber cambiado de paisaje.
Junto a su amorosa,
Polimnia, el alma cansada de pájaro de Ramón Palomares Mora desde el 4 de marzo
de 2016, en los jardines de aquel Reino de Escuque que el mismo trazó con la
candidez de su palabra.
Su sentimiento traducido
en poesía dio luz a un nuevo lenguaje poético: uno sencillo, sin muchas
vueltas, directo como él, sin perder la hermosura ni la capacidad de generar
asombro. Él fue, como pocos, reflejo exacto de lo que escribía. De hecho,
cuando hablaba, parecía estar recitando un poema.
Según han apuntado sus
distintos biógrafos y amigos cercanos, el hecho de nacer en una tierra tan especial
como Escuque, le habría dado a Palomares la humildad a un ser que la enarboló
como su gran virtud y que como hombre de principios lo hicieron un poeta
excepcional, de gran humanidad. Todo eso quedó como herencia en sus obras
donde, supo convertir en versos todos y cada uno de los elementos que
caracterizaban su pueblo, su religión, costumbres y creencia. Parte de la vida
en familia, del ámbito regional, y que a través de su lenguaje le fue dando
matices de universalidad, muy directo y sin hacer uso de excesiva
ornamentación. Sus escritos se fueron convirtiendo en los elementos recurrentes
de temas con los que cualquiera se puede relacionar.
Evocarlo desde su infancia
Decía su paisano y colega,
Antonio Pérez Carmona que cuando se evoca la infancia, la adolescencia y la
juventud de Ramón Palomares, no se podía sustraer la imagen de aquel niño
rebelde que huyera de su casa desafiando las tropas, que venciera alcabalas y
fronteras para llevar su poesía a los marginados y a las élites de París.
Esta comparación pareciera
pecar de extralimitación, pero Ramón Palomares sale de su Escuque aún siendo un
muchacho rural para deslumbrar a los círculos intelectuales metropolitanos con
una poesía extraña, olorosa a trinitarias, viva y silvestre.
Se dice que fue un ser
predestinado desde el mismo día que llegó a la vida, el 7 de mayo de 1935, día
en que la poesía, los dioses y el reino se conjugaron para proclamar la vida:
la del poeta, Ramón David Sánchez Palomares. En aquel Escuque donde la neblina
y las montañas se acarean mutuamente, donde el habiente pueblerino y afable de
su gente exalta la figura de la diosa indígena Icaque, allí fue germinado en el singular poeta, el sentimiento por su tierra y la magia de la palabra.
La influencia poética de
Palomares estuvo fijada en escritores de la talla de un Vicente Gerbasi, Juan
Sánchez Peláez y Adriano González León, son los responsables e influyentes en
el hallazgo hermoso de un auténtico poeta, el manifiesto interés por la
creatividad de un silencioso joven que desde su fabuloso mundo interior
expresaba su intelecto provinciano, reflejaba en sus ojos tristes la nostalgia
por su raíces.
Ya era poeta cuando se fue
Se dice que Palomares ya
era poeta cuando sale de Escuque. Al momento que parte a San Cristóbal a cursar
estudios de Normal, tejió su primer poema de luz sobre las tinieblas que le
abrasaban: “He visto a Dios por los mil ojos de la Claraboya”.
La muerte de su padre le
golpea terriblemente, le hace insomne, abstraído. Pero ese dolor le combina a
producir una de las elegías más puras de la lírica: “Esto dijeron: tu padre ha
muerto, más nunca habrás de verlo. Ábrele los ojos por última vez y huélele y
tócalo por última vez. Con la terrible mano tuya recórrelo y huélelo como
siguiendo el rastro de su muerte y entreábrele los ojos por si pudieras mirar
adonde ahora se encuentra”.
Y el dolor se abalanza
nuevamente sobre su corazón al morir su querido tío, el poeta Julio Sánchez
Vivas, aquel maestro de ojos mar que había regado su sangre de sensibilidad y
pureza.
Esencia y dialecto
La obra más profunda de
Ramón Palomares fue, “Adiós a Escuque”, con la cual logró el Premio Nacional de
Literatura, 1974, siendo, según el consenso de la crítica, uno de los libros de
mayor trascendencia en el país en una tónica impersonal, pero no por ello
floreciente en imágenes, en testimonios y bellezas.
Adiós Escuque, es volumen
donde se sumerge en el lenguaje comunitario para hacer de sus fábulas, y
expresiones, un adelanto de las grandezas y miserias que nos esperaban y que
fueron llegando. Aquí Palomares fundó un lenguaje, a medida que su alma
fabulante se hizo uno con el cosmos, mediante esa «ciencia de lo concreto» que
es el verbo de la poesía.
La doctora Patricia
Guzmán, rigurosa estudiosa de la lírica palomaresa, afirma: “La obra de Ramón
Palomares, quien, como ha dejado sentado la crítica, se nutre del habla de su
pueblo, se hace eco del voceo que le es propio”.
En el salón de los
soñadores
Su libro antológico
“Vuelta a casa” compila poemas escritos entre 1992 y 2006 con el sello y el
aval de la Fundación Biblioteca Ayacucho. Según cita el cronista León Magno M.,
sus textos son estigmas del reencuentro con el lecho natal, con los primeros
recuerdos que lo hicieron poeta, hombre sensible, poderoso creador. Allí
aparecen El Tren de Motatán, las enfermedades que golpearon la puerta familiar,
los viejos patios y solares vecinos, su conformación como hombre de páramo.
Es así como llega la marga
noche del viernes 4 de marzo del 2016, la noche que se apagaría la vida de un
grande de las letras venezolanos, se marchaba de este mundo Ramón David
Palomares Sánchez rodeado de sus hijos y esposa en la ciudad de Mérida, urbe que
lo cobijó por más de 45 años. El escuqueño se marchaba en medio de millones de
aplausos que recibió en vida, con todos los reconocimientos y premios
alcanzados por su labor litería y poética reflejada en un total de 13 libros,
dejado su legado poético escritos durante su vida de 80 años para ubicarse en
el gran salón de los soñadores, donde solo entran los elegidos, los
inolvidables.
Esta vez el Tren de
Motatán llegó muy temprano y se llevó al escritor, con su Sardio y el Techo la
Ballena. Se fue con su corazón maltrecho y cansado, sostiene León Magno.
"En una sociedad saciada espiritualmente en la violencia y perversión poco espacio puede acordarse para la aspiración o lo sublime"
Ramón Palomares
Discurso II Simposio Ana
Enriqueta Terán, Junio 1992
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